jueves, 14 de marzo de 2024

El Amor y las relaciones de pareja (I)

 



    Un reciente artículo publicado en el periódico El País (6 de noviembre de 2023) lo encabezaba el siguiente titular “El amor es una droga que hace efecto solo 15 meses”. Estos asuntos relacionados con la “Psicobiología” siempre llamaron mi atención poderosamente, lo que hizo que leyera dicho artículo con máximo interés. “La Neurociencia dice que el enamoramiento dura como máximo un año y tres meses, y la noradrenalina es una de las claves…”. Así comenzaba el artículo que escribía Francesc Miralles en dicho medio de comunicación.

    Lo primero que pensé fue en el dilema (o más bien falacia) sobre qué fue primero, si el huevo o la gallina. ¿Es la noradrenalina lo que nos hace sentir que estamos enamorados?, o, por el contrario, ¿es el comportamiento de estar enamorado el que hace que segreguemos noradrenalina?.  A continuación me situé, desde mi posición como psicólogo, en contra del planteamiento exclusivamente biologicista, para finalmente analizar tan importante  cuestión vital desde la perspectiva de la psicología.

    En general, desde hace mucho tiempo, sobre todo en la sociedad occidental, damos credibilidad a aquello que proviene de lo que en general denominamos ciencia. Esto nos ha hecho “intuir” que todo puede explicarse en términos científicos, pero sobre todo, o exclusivamente, por aquella explicación que proviene de determinadas “ramas” de la ciencia, como  la biología, la química, la medicina, etc. No voy a manifestarme en contra de este modelo explicativo o de esta forma de entender el mundo y lo que en él sucede; muy al contrario, y además creo que hay que desenmascarar a tanta pseudociencia que ha florecido en los últimos años al “socaire” de las ciencias. Lo que creo es que hay otra ciencia que explica con contundencia y rotundidad experimental las cuestiones que se relacionan con el comportamiento humano. Esta ciencia es la PSICOLOGÍA CONDUCTUAL que, como ciencia del comportamiento, es la que mejor puede explicar lo que sucede en torno a este comportamiento que llamamos enamoramiento.

    Ya en 1953, SKINNER, el psicólogo de mayor relevancia del siglo XX, según la Asociación Estadounidense de Psicología (APA 2002) comentaba en su obra “Ciencia y Conducta Humana” que “los métodos de la ciencia han sido extraordinariamente eficaces dondequiera que se han ensayado, ¿por qué no lo aplicamos entonces a los asuntos humanos?”, en referencia clara a la necesidad de profundizar en el conocimiento científico del comportamiento humano.

    Cuando actualmente desde la Psicología queremos explicar por qué suceden determinados comportamientos surgen explicaciones, cada vez más, que no tienen en cuenta, o que  olvidan, los avances realizados en otros tiempos. Es decir, parecería como que los conocimientos en Psicología no se van adquiriendo por concatenación de investigaciones o líneas de investigación sobre un asunto concreto, sino que surgen a partir de teorías dispares, a veces sin fundamento científico alguno, que pretenden explicar de nuevo un comportamiento concreto. La mayoría de estas explicaciones resultan vagas e imprecisas desde un punto de vista experimental y/o científico, pero resultan sencillas y comprensibles para el neófito o a nivel popular. De esta forma se van abriendo paso pseudociencias  y planteamientos acientíficos que convierten la Psicología en un “entretenimiento” en el que se mueven con soltura todo tipo de disciplinas pretendidamente afines, facilitando y dando paso al intrusismo profesional.

    Esto ocurre con el enamoramiento, que el saber popular atribuye al amor, que no se sabe lo que es, pero que se convierte en el elemento explicativo por excelencia. A partir de aquí no se sabe cómo se adquiere (ni cómo se pierde) y, por tanto, es algo que no sabemos cómo manejar. Sin embargo, a los profesionales de la psicología se nos pide que actuemos dando soluciones ante los problemas derivados de los problemas de relación en la pareja que pudieran estar relacionados con comportamientos incompatibles, con falta de comunicación, etc., ¿o es la pérdida del amor?.

    Para explicar todo ello es fundamental ir a las fuentes (que las hay) del conocimiento sobre estas cuestiones y ver que nos dice la Psicología Conductual al respecto.

    Miguel Costa y Carmen Serrat en su magnífico libro (ya hoy todo un clásico) “Terapia de Parejas” (Alianza Editorial, 1982) describen el enamoramiento como un intercambio de conductas reforzantes o gratificantes entre ambos miembros de la pareja, “lejos de la explicación vaga y simplista del amor”. El amor es un comportamiento complejo basado en conductas, la mayoría observables y medibles, de tipo cognitivo, emocional y motor. Se puede afirmar, por tanto, que las parejas con problemas intercambian menos gratificaciones (reforzadores positivos) que las parejas sin problemas (Jacobson 1979). Igualmente, se han encontrado tasas más altas de conductas castigadoras o aversivas en parejas en conflicto (Estudios de los años 1975 y 1976; Birchler y cols. y de Robinson y Price).

    Desde el punto de vista de la Psicología Conductual el amor podría entenderse como “expectativas de refuerzo”. “El nivel de expectativas, al igual que el resto de variables mediacionales (percepciones, interpretaciones o valoraciones en función de las experiencias previas, etc.), matizan el valor reforzante del intercambio conductual de una pareja. Unas expectativas excesivas o exclusivas, y por tanto no satisfechas,  conducen a minusvalorar las gratificaciones del otro y de la vida de relación en general y reducen el umbral de tolerancia a las frustraciones y a la estimulación aversiva  que toda relación interpersonal, en algún grado, conlleva”  (Costa y Serrat, 1982).

    Otro aspecto que diferencia las relaciones “basadas en el amor” de las que no se mantienen por este constructo son las habilidades de comunicación y de resolución de problemas. En las relaciones “basadas en el amor” la comunicación es positiva y la resolución de problemas es eficaz. (Weiss, 1978). Las parejas en conflicto lo están por intentar influirse e interactuar mediante estímulos aversivos (críticas, amenazas, enfados, chantajes, etc.). 

    Con base sólo en estos dos aspectos apuntados; expectativas de refuerzo e intercambio de reforzadores y estimulación aversiva, además de los déficits en la comunicación, podríamos concluir que, en el proceso de enamoramiento, el amor se mantiene en tanto en cuanto las expectativas de refuerzo no se ven superadas, o “resisten” en el nivel inicial de cada persona. Todo ello acompañado de una comunicación y resolución de problemas eficaces.

    Como bien apunta Jacobson (1979) (es preciso acudir a las fuentes) en el comienzo de una relación suele existir atracción debido a una elevada tasa de intercambios  reforzantes. ¿Explica este intercambio conductual el incremento de noradrenalina?

    ¿Es esto el amor?. ¡Parece poco romántico!, pero la psicología conductual, tras sus investigaciones de corte científico y experimental, encuentra estas conclusiones, entre otras que seguiremos analizando y exponiendo más adelante.


Juan Sagristá Andrés

Psicólogo especialista en Psicología Clínica

 

 

   

lunes, 8 de enero de 2024

Transiciones vitales en la adolescencia

 



    El concepto de transición vital va de la mano de los estadios o etapas en los que en los que la vida de una persona se secuencia. Durante el propio ciclo vital, todas las personas pasamos por periodos distintos que ponen a prueba nuestros procesos de adaptación y reorganización para reducir la desestabilización de las demandas de cambio que perturban el equilibrio entre el ambiente y el individuo, los cuales pueden suponer una transformación en la comprensión de nuestro entorno y sobre todo de nosotros mismos. Las transiciones son momentos vitales que actúan como puentes entre una situación anterior y otra posterior de cambio que pueden abarcar periodos extensos (Moratto et als. 2015). 


    Son periodos con un carácter condicionante sobre el futuro, la incertidumbre o las expectativas puestas en ellos, por lo que son de especial vulnerabilidad (Rausky, 2014) Harbottle y Bridges (2006) plantean unas fases en el proceso de transición exitoso, y son:


  • Fin, pérdida o necesidad de cambio en la situación de partida. Fase asociada a emociones de resistencia al cambio y la dificultad de aceptar que se están produciendo los mismos.

  • Zona neutral o periodo de moratoria. Siendo una fase puente en la que puede convivir el malestar y la incertidumbre con la apertura a nuevas posibilidades.

  • El nuevo comienzo. Fase cargada de perspectivas positivas que permite finalizar la transición con la recuperación del control sobre la propia vida.


    Podemos diferenciar entre transiciones vitales normativas y no normativas. Las primeras hacen referencia a las que se pueden anticipar y son previsibles, porque vienen determinadas por normas sociales, culturales y/o institucionales. Los eventos no normativos o críticos son individuales e inesperados, como accidentes, despidos no previstos, ruptura de pareja como ejemplo. También se incluyen en este apartado eventos históricos que afectan a toda una cohorte (Krampen, 2013, Perrig-chiello y Perren, 2005).


    Las transiciones relacionadas con la edad persisten en el imaginario social y conviven con políticas públicas y estructuras institucionales, aunque la flexibilización de los ciclos vitales y la reducción de los itinerarios personales hacen que la edad vaya perdiendo significación como característica central de los procesos de transición vital (Sepúlveda, 2013).


    Veremos cómo los cambios asociados a la juventud difieren en relación a los de la vida adulta en aspectos importantes y hay que tenerlos en cuenta y tratarlos con la importancia que cada una tiene en cada caso concreto.


    La juventud supone el tránsito hacia la vida autónoma constituyendo un momento crucial en la vida de las personas. Uno de los momentos a destacar es el paso de la escuela al mundo laboral, intentando no reducir la transición a la vida adulta a un mero proceso de inserción profesional. La configuración de la identidad y la gestión de las aspiraciones en distintos ámbitos forman parte de los aspectos críticos en esta etapa, no acotándolos necesariamente en cuestiones profesionales y/o laborales (Du Bois-Reymond y López, 2004).


    Los primeros de los cambios en los que nos vamos a centrar hace referencia a la familia. La adolescencia se convierte en una etapa mucho más difícil que otras, no solo para el adolescente, sino para el resto del núcleo familiar. Jeffrey Arnett (1999) propone que la adolescencia se relaciona con tres aspectos claves:


  • Mayores niveles de conflicto con los padres.

  • Alteraciones del estado de ánimo.

  • Mayor implicación en conductas de riesgo.


    No podemos olvidar que la familia no es un objeto pasivo sino un sistema activo. Toda tensión provocada por eventos internos o externos repercuten en el funcionamiento familiar. En este punto, la adolescencia es un periodo crítico donde las modalidades habituales de funcionamiento que hasta el momento han sido exitosas ahora resultan inadecuadas. Temas como el control y la autonomía deben renegociarse, de manera que se suceda el distanciamiento gradual del adolescente con la familia (Estévez y Musitu, 2016). 


    Ejemplos de transiciones vitales en la adolescencia y juventud:


  • Duelo al final de una etapa escolar con cambio de centro o fin de la etapa educativa.

  • Cambio de domicilio.

  • Separación de miembros de la familia, mudanzas, divorcios de los progenitores.

  • Ruptura con el grupo de amigos/as habituales.

  • Querer entrar en un mundo más adulto del que no forma parte, adquiriendo más libertades como llegar más tarde a casa, tener menos control por parte de padres, madres o cuidadores/as.

  • Descubrimiento de la sexualidad y la pareja.


    Para concluir, indicar que en los últimos años la transición de la vida académica a la vida laboral ha sufrido un desplazamiento retrasando la edad a la que este cambio tiene lugar. Hasta hace poco hemos tenido un ciclo vital definido por la previsibilidad y las certezas, todo ello como consecuencia de la linealidad y la estandarización a nivel social. Ahora mismo hemos pasado a un recorrido vital marcado por la incertidumbre y la reversibilidad haciendo que enfrentarse a los cambios sea una tarea altamente exigente (Gonzalez y González, 2015,p. 30), dando lugar a que las transiciones vitales sean más inciertas, duren más tiempo y/o más frecuente,haciendo que sean más imprevisibles y generen una mayor inseguridad (Stauber y Walther, 2006).


Ramón Flores González

Psicólogo colaborador de Latour Psicología



Du Bois-Reymond, M., y López, A. (2004). Transiciones tipo yo-yo y trayectorias fallidas: hacia las políticas integradas de transición para los jóvenes europeos. Estudios de Juventud, 65, pp. 11-29.


Krampen, G. (2013). Subjective Well-Being of Children in the Context of Educational

Transitions. Europe's Journal of Psychology, 9(4), pp. 744–763.


Moratto Vásquez, N. S., Zapata Posada, J. J., & Messager, T. (2015). Conceptualización de ciclo vital familiar: una mirada a la producción durante el periodo comprendido entre los años 2002 a 2015. CES psicología, 8(2), 103-121.


Perrig-Chiello, P. y Perren, S. (2005). Biographical Transitions From a Midlife Perspective.

Journal of Adult Development, 12(4), pp. 169-181.


Rausky, M.E. (2014). ¿Jóvenes o adultos? Un estudio de las transiciones desde la niñez en sectores pobres urbanos. Última Década, 41, pp. 11-40. 

Sepúlveda, L. (2013). Juventud como transición. Última Década, 39, pp. 11-39.